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Prensa católica

David Cueto Rodriguez

Infocatólica

El escándalo ELA

Con la decadencia de la política, de la educación y de los valores morales en general, hemos acabado por olvidar que todo Gobierno tiene sobre el pueblo que está a su cargo un deber análogo al que un padre tiene con sus hijos. Este olvido ha hecho que perdamos nuestra capacidad de escandalizarnos ante las indecencias y corrupciones políticas, ya que todo queda en una esfera impersonal, abstracta, sin ningún asidero en lo real, mientras que el hombre necesita lo personal, lo concreto, para sentir la atrocidad de algunos actos. Por eso, para recobrar el sentido de lo escandaloso en la política, es muy útil servirse de la analogía que naturalmente existe entre la familia doméstica y la familia social. Cada vez que consideremos los actos particulares de un Gobierno debemos representarnos ese mismo acto realizado por un padre hacia su hijo. Desde esa perspectiva los actos políticos adquieren su verdadera dimensión.

Imaginemos, por ejemplo, a un padre cuyo hijo ha enfermado de ELA. Este hijo está postrado en la cama, impotente, viendo cómo el dolor conquista cada día un nuevo músculo de su cuerpo para después inutilizarlo. Poco a poco la inmovilidad se ha ido apoderando de él, ha subido lentamente por sus piernas como una serpiente que paralizara cada nuevo tramo por el que pasaba, y él, desde arriba, desde la cima de su propio ser, sólo podía contemplar ese terrible ascenso inexorable, esa marcha enroscada que amenazaba con alcanzar su propia posición. La rabia crecía en el interior del hijo conforme la movilidad de su cuerpo menguaba. La mayoría de los hombres no conoce esa rabia, y ojalá que no la conozca jamás, pues es una rabia que no puede sentir el alivio de expresarse, a la que no le queda el consuelo de contemplar su poder destructor, de derramarse hacia el mundo material. Todos conocemos ese secreto alivio que produce, cuando nos enfadamos, el simple hecho de romper o golpear algún objeto, como si algo dentro de nosotros se reconstruyera mientras destruimos lo que está fuera. Pero hasta ese irracional alivio le está negado al hijo, que siente cómo su rabia sólo puede apagarse rompiendo algo de lo que se encuentra dentro, en su interior, y cómo se extingue sólo porque ha vencido, como un incendio que se extingue sólo porque ya no encuentra nada más que devorar a su paso.