Antonio
Gil Moreno
Religión en Libertad
Las tres
crisis de esta hora
Se
cumple un año de la llegada de la pandemia y
seguimos inmersos en plena tormenta, expresión empleada por el papa
Francisco
en su memorable mensaje a la humanidad, en marzo de 2020:
"Nos
encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del
Evangelio,
nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de
que
estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados".
Y un año
después, la tormenta continúa golpeándonos con fuerza, crecen los
contagios y
todos nos vemos inmersos en unos paisajes que fácilmente pueden
conducirnos al
desaliento. Como bien subrayó el Papa,
"la tempestad
desenmascara nuestra
vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas
seguridades
con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos,
rutinas y
prioridades".
Francisco se atrevió a poner el dedo en la llaga, señalando
nuestros graves errores:
"Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado
absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos
detenido ante
tus llamadas, Señor, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias
del
mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta
gravemente enfermo". En plena "tormenta", -algunos analistas la
califican como "tormenta perfecta"-, estas palabras del Papa han de
hacernos reflexionar seriamente sobre esas tres crisis que exigen
urgentes
soluciones: La
crisis cultural, espiritual y política.
- El
materialismo que nos
envuelve es el rey que nos demanda sacrificios humanos, atrofia la fe y
nos
deja huérfanos de trascendencia. Ese rey al que confiamos nuestro
destino
decreta la expulsión de todo lo que pueda turbar el disfrute del "aquí
y
ahora". Si el siglo XVIII entronizó la razón, el XIX y el XX
"endiosaron" la ciencia. Ella es la única que puede salvarnos:
Elimina y previene enfermedades terribles y nos aporta comodidades en
todos los
terrenos de la vida.
- Muy
unida a la crisis cultural, que nos ha impuesto el
relativismo en campos tan esenciales como la verdad, los valores
fundamentales
de la persona humana y hasta de la misma democracia que parece reducida
solo a
la dialéctica de las mayorías de votos, tenemos la gran crisis
espiritual que
atravesamos, sobre todo, con el fenómeno generalizado de la
secularización.
Dios prácticamente no cuenta en la vida diaria y en la vida social, se
prescinde de Él y se vive como si Dios no existiera.
- Y
unida a estas dos
crisis, tenemos, además, la crisis política que tanto influye en la
manera de
ser, de valorar, de edificar y de caminar juntos hacia el bien común.
"En
la política, señalaba hace unos días el cardenal Antonio Cañizares,
parece que
lo que importa sea el poder y el éxito o el beneficio material,
olvidando
bastante que la política debe ser una de las dimensiones básicas para
la paz,
la convivencia y la concordia".
Sería un grave error, en plena tormenta,
plantear el dilema de "vencedores y vencidos", como ocurre siempre al
finalizar las guerras. Por eso, el papa Francisco nos señalaba la
verdadera
solución:
"En medio de
nuestra tormenta, el Señor nos invita a despertar y
a activar esa solidaridad y esperanza, capaz de dar solidez, contención
y
sentido a estas horas donde todo parece naufragar".
Nos viene como anillo
al dedo recordar aquellas palabras de Luther King: "Hemos aprendido a
volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido
el arte
de vivir juntos, como hermanos". Y eso que nos va en ello la
vida, la
supervivencia.