Guadalupe
García
Raligión en libertad
La camisa blanca de mi esperanza
Imagínate
que vas en tu coche, sabes cuál es tu destino y vas por buen camino,
seguro de
que llegarás. Has visto hace un momento un indicador que dice que estás
a 30
kilómetros, a punto de llegar. De pronto pinchas o empieza a llover
como si no
hubiera un mañana, a granizar o aparece una niebla densa que no te deja
ver ni
a 2 metros de distancia. El trayecto se vuelve más que dificultoso,
pesado, peligroso,
incierto. Sabes a dónde quieres llegar, conoces el camino y aunque no
ves la
meta tienes la esperanza de llegar cueste lo que cueste, tardes lo que
tardes.
La vida
de la gente normal y corriente unas veces es un paseo delicioso como el
de
Blancanieves antes de que el cazador intente matarla y otras una
travesía que
ni la Odisea de Homero: lluvia, niebla, tormentas, tropiezos,
resbalones. Así
es mi vida ahora, complicada. Y así estoy yo por dentro, llena de
esperanza
porque sé a dónde voy y conozco el camino.
He dado
mucho amor a lo largo de mi vida: a mis padres, a mis hermanos, a mis
amigas, a
mi marido, a mis hijos; he regalado mi amistad a muchas personas y he
tratado
bien a multitud de desconocidos con los que me he cruzado por la calle,
en el
transporte público, en la sala de espera del médico, etc.
Unas
veces he caído bien, otras mal, otras fatal, otras fenomenal. Eso no me
importa
porque yo siempre he actuado de buena fe, de corazón, con lealtad y
respeto.
Algunas personas han respondido de la misma forma, otras no. Pero a mí
el
juicio de los demás me importa menos que nada porque lo que me importa
es lo
que Dios piense de mí y como dice San Juan de la Cruz, “al atardecer de
la vida
nos examinarán del amor”.
Hace días
que canturreo sin darme cuenta esa preciosa canción de Víctor Manuel
cantada
por Ana Belén, “España, camisa blanca de mi esperanza” y me identifico
con esa
España como si fuera una persona.
Nuestra
historia personal va con nosotros siempre, para bien o para mal, no
podemos
cambiar nuestro pasado pero sí hacernos dueños de nuestro presente,
adoptar una
actitud positiva aprendiendo de ese pasado para vivir el presente y
disfrutarlo. Podemos intentar entendernos con los demás sin lanzarnos
dentelladas a la yugular, como esa “paloma que busca cielos más
estrellados
donde sentarnos y conversar” y puede salir bien o no.
Pueden
pasarnos cosas que nos llenen de esa negra pena que nos atenaza y deja
plomo en
las alas de manera que nos parezca imposible volver no ya a volar sino
a
levantarnos por la mañana y enfrentar otro día con sus 24 horas todas
llenas de
minutos y segundos.
A lo
mejor queremos ayudar a alguien que lo necesita y no sabemos hacer otra
cosa
que decirle palabras de aliento que terminan en saco roto, esas
“palabras que
casi siempre acaban en nada cuando se enfrentan al ancho mar” de la
sordera de
quien no nos escucha porque está enrocado en su postura, a quien
queremos
cuidar y proteger como las madres buenas pero nos sentimos como las
madrastras
malas de los cuentos: rechazados, traicionados, ignorados. No importa,
el amor
que damos nunca cae en saco roto porque Dios es fiel y siempre guarda
todas
nuestras obras hechas con amor. Las usará cuando Él decida que es mejor
con
quien decida que es mejor, aunque nuestras cuentas no coincidan con las
suyas.
La vida
es como una moneda con 2 caras, tiene luces y sombras que dan a la
imagen todas
sus dimensiones, sus contrastes, a veces es “navaja, barro, clavel,
espada, de
fuera o dentro, dulce o amarga, de olor a incienso, de cal y caña”,
todo a la
vez en un aparente caos que nos supera.