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Junio 2020

Nº 15


MISAS PARA LO QUE QUEDA DE MES:

Sábado 20: en Argüero a la una; en Oles a las 5; en Tazones a las 6 y en San Martín, a las 7, aniversario de Flor Mª Tuero y 2º de Alvaro.

Domingo 21: en Bedriñana, a las 11, por Mariano Sariego y Luisa Martínez; en Villaverde, a las 12, por Manuel y Guadalupe; en Castiello, a la una (Corpus) y en San Miguel de Arroes, a las 5, por Carlos Runza y familia Alvarez Molleda.

Miércoles 24: en Castiello, a la una, en honor de San Juan Bautista y por los difuntos de la parroquia.

Viernes 26: en Tuero a las 6

Sábado 27: en Sariego a las 12; en Argüero, a la una, funeral de Higinio García; en la capilla de Santiago a las 5; en Tazones a las 6 y en San Martín a las 7.

Domingo 28: en Oles (antigua iglesia) a las 10; en Bedriñana, a las 11, por Mª Carmen Tuero Puente, J. Manuel, Ataúlfo y Generosa; en Villaverde, a las 12, en honor a San Pedro; en Castiello, a la una, por Remedios y Mary, y en Arroes, a las 5, aniversario de Luis Miranda y por su hija Mª Mar.


OTROS AVISOS:

-Como algunos abonáis el estipendio de la Misa en el momento en el que la encargáis, tenemos que fijar nueva fecha para las que quedaron pendientes, o bien os devuelvo les perres.


OPINION:

De virus varios

Este año hemos tenido Cuaresma, y además bien larga, todos, no sólo los cristianos, sino también los agnósticos, ateos y fieles de otras confesiones, porque el encierro al que obligó el virus fue una especie de cuaresma laica: una retirada de la vida social para cuidar el cuerpo, como la cuaresma es una cuarentena para cuidar el alma.
Al principio no había suficiente información sobre los peligros del virus y por eso  se extendió fácilmente.
Nuestro mundo occidental también parece poco informado sobre las enfermedades del alma: vivía feliz con el virus de su autosuficiencia y otro virus nos despertó del letargo, recordándonos la fragilidad humana y la debilidad de nuestro supuesto Estado de bienestar.
Presumíamos de una gran Sanidad y al primer apuro había escasez tanto de personal como de equipación en buena parte de centros sanitarios y geriátricos.
En medio del caos algunos sanitarios tuvieron que fabricar su propio equipo protector con bolsas de basura.
Para consolarlos les ofrecieron el caramelo de los aplausos a las 8, que de paso servía para que los ciudadanos urbanitas tuviesen sus minutos de desahogo.
Como no había mecanismos de defensa, decían que no eran tan necesarios: a un servidor le tocó la primera mascarilla en el día 45 de encierro, cuando había ya más de veinte mil víctimas.
Vamos, que parecía que estábamos rodando una película, pero era la triste realidad.
Como no faltará quien considere la llegada del virus como un castigo divino, servidor diría que es preferible entenderla como un altavoz con el que Dios intenta hablarle a un mundo de sordos.
Porque se da mucho la tentación de pensar que los males que sufre uno son siempre los peores y ello nos impide ver las desgracias que sufren otros, aunque sean más graves.
Lo que pasó aquí en los meses más raros y dramáticos que seguramente viviremos pasa en Africa todos los días, todos los meses y todos los años. El caso es que a los mandamases lo del virus les sobrepasó.
A los nuestros y a los de casi todos los países, a los que presumen de ser de izquierdas, como a los que son catalogados de derechas.
El fenómeno era tan novedoso y devastador que, por bueno que fuese el Gobierno de turno, no iba a poder librarse de una buena lluvia de críticas. El nuestro concretamente tardó unos cuantos días en reaccionar, en parte quizás porque estaba por el medio la manifa del 8 de marzo y los afectados por el virus del falso progresismo, ministras incluidas, no pudieron resistir a la tentación de salir a la calle, como si no hubiese más días en el año.
Y eso que ya había entonces 674 casos y 17 muertos por el virus (y en China más de tres mil).
Como el falso progresismo suele ir adobado con el virus de la ignorancia supina, una de las consignas feministas era: “el machismo mata más que el coronavirus”.
Y las tías “listas” lo clavaron: la cosa acabó en más de veintisiete mil víctimas, según fuentes afines al Gobierno y en más de cuarenta y cuatro mil, según medios opositores.
Porque esa es otra: ¿quién nos iba a decir, cuando empezaba la democracia, que cuarenta años después seguiríamos sufriendo información manipulada y lo que para unos es 27 para otros es 44?
Lo peor es que la mayoría de las víctimas se fueron de este mundo en la soledad, sin una mano amiga que les acariciase y una voz familiar que les despidiese.
¿Viste que dimitiese algún ministro o que pidiese perdón? Ni lo viste, ni lo verás, porque, además de los dos virus citados, sufren el virus de la soberbia y el cinismo, los mismos virus que padecen algunas figuras mediáticas, como Wyoming, Susana Griso, Ferreras y demás tribuletes serviles al poder, que, después de bendecir la manifa del día 8, al día siguiente tenían la caradura de corear el nuevo lema “quédate en casa”.
Metidos de lleno en la pandemia, el Gobierno se corregía a sí mismo cada dos días, sacando de la chistera una ocurrencia nueva.
Como buenos “progresistas”, les dieron preferencia a los perros sobre las personas y nos discriminaron a los que vivimos en el mundo rural respecto a los del mundo urbano, al tratarnos a todos por igual.
Sería prolijo enumerar todas las medidas curiosas que adoptaron: que si al principio podían abrir las peluquerías, que si los estancos podían abrir y las librerías no, que si se distribuía a diario el periódico, pero el cura no podía repartir la hoja parroquial…
Cabe decir que donde había más peligro hubo menos precauciones de las debidas y donde había menos peligro hubo excesivas precauciones.
Y el resultado ya lo sabes: hemos sido uno de los países con más muertos, en proporción a la población, y quizá el que más en lo que se refiere a personal sanitario fallecido.
Otra clasificación negativa más que encabezamos, aunque con los muertos por la pandemia pasa lo mismo que con los del aborto: la patulea seudoprogre que nos malgobierna los esconde, como si no existiesen.
Las televisiones serviles al poder, que son casi todas, nos mostraron muertos americanos, brasileños e italianos, pero de los nuestros casi nada.
Y no podía faltar otro botón de muestra del virus totalitario: se les ocurrió decir que no era momento para criticar al Gobierno, porque en estos casos hay que remar en la misma dirección. Ja, ja, ja...
Los mismos que, con ocasión de la epidemia del ébola y, estando en la oposición, pidieron dimisiones, porque había un único caso de contagio y se sacrificó un perro, no admiten ahora que la oposición cumpla su papel.
En fin, como el virus de la estulticia no distingue entre ideologías, los de Vox también tuvieron su acto público el día 8  de marzo y hasta su jefe de filas acabó infectado.
Y entre el pueblo llano hubo una mayoría muy disciplinada desde el primer día, pero hubo otros que no resistieron la tentación de infringir el encierro, tanto al principio, como en el medio, como al final, dominados por el virus de la impaciencia.
Entre las contradicciones del decreto gubernamental estaba también la relativa a la práctica religiosa: el artículo 11 no impedía dicha práctica, si bien nos obligaba a guardar las lógicas precauciones, pero el artículo 7, el relativo a los desplazamientos, no contemplaba la posibilidad de salir de casa para asistir a celebraciones religiosas.
Ese “sí pero no” supongo que fue la causa por la que entre los obispos hubo una lamentable división de opiniones.
¿Por qué la Conferencia Episcopal no negoció con el Gobierno para corregir esa contradicción entre el artículo 7 y el 11 del decreto?
Se decía que los cardenales Omella y Osoro, recién elegidos como cabezas de la Conferencia Episcopal, habían sido votados precisamente por entenderse mejor con el Gobierno.
¿Por qué no aparecieron? ¿No se le ocurrió proponer algo de eso a ninguno de los ochenta obispos? Porque si el Gobierno rectificó en otras cosas, como lo de las peluquerías, ¿por qué no iba a aceptar corregir esa contradicción?
Fuese en el sentido que fuese la corrección (o bien que el 7 permitiese salir de casa para ir a la iglesia o bien que el 11 prohibiese explícitamente abrir las iglesias), hubiera sido mejor que la división que se generó entre los obispos y, por tanto, entre los cristianos españoles.
Mal debut ciertamente de los dos cardenales en sus nuevos cargos.
Y, como hubo siete diócesis que no cerraron, en algunas celebraciones de esas diócesis sufrieron la llegada de la policía, que, afectada por el virus del exceso de celo, irrumpió en algún templo a suspender misas, mientras que en los platós de La Sexta se amontonaban a veces esos días más de 20 personas en menos de 50 metros cuadrados: el virus de la sinrazón, adobado con el de la discriminación sectaria.
Para rematar la jugada, cuando iba aflojando la pandemia, reapareció el virus antiyanqui por mor de la muerte en USA de un chico de raza negra a manos de un policía.
Lamentable esa muerte, por supuesto, pero asesinatos los hay todos los días y sólo los ociosos tienen tiempo para salir de manifa todos los días y sólo los temerarios salen de manifa sin mascarilla en la situación actual.
Pero así son los falsos progres: tienen la manía de querer “arreglar” América, aunque tengamos nuestro país hecho unos zorros y, ora se burlan del Presidente que eligen los estadounidenses, ora se alarman de las cifras del desempleo en USA, que son normalmente menos preocupantes que las nuestras.
En fin, de tanta diversidad de virus líbranos, Señor.

J. Manuel Fueyo Méndez