UPAP de la Marina
UPAP

Arciprestazgo de Villaviciosa




Prensa católica

Bruno Moreno

InfoCatólica

Benditas velas

Cuando llego a una iglesia que no conozco y veo que tienen velitas para que las enciendan los fieles al rezar, siempre me alegro. Esas benditas velas están entre los recuerdos preciosos de mi niñez y me conforta mucho pensar que aún no han desaparecido, aunque cada vez sean menos frecuentes.

No son necesarias, por supuesto, pero ayudan mucho a mostrar visiblemente la diferencia entre lo profano y lo sagrado, manifestando de forma inmediata que una iglesia es un lugar especial y requiere una actitud distinta. Es algo que los niños perciben enseguida, con el instinto infalible de la niñez para ir al fondo de las cuestiones.

En una vela, además, se unen algo de misterio y, a la vez, de claridad. Es, por lo tanto, un signo particularmente apropiado para hablarnos del gran misterio de Cristo, que es la luz de los hombres, la luz que brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.

Asimismo, la humilde luz de una vela es un signo de nuestra propia debilidad, que, asombrosamente, ha sido asumida amorosamente por nuestro Señor. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, anunció Isaías sobre Él y sus palabras traslucen el asombro del profeta ante la delicadeza de Dios con los hombres. Al ver las luces de las velas de una iglesia, vacilantes y temblorosas con cada pequeña corriente de aire, pienso en la delicadeza y la paciencia que Dios tiene en particular conmigo, con mi fragilidad y mi torpeza.

Finalmente, esos dos signos se unen en un tercero, que es el signo de la fe de la Iglesia, porque la fuerza de Cristo se manifiesta en la debilidad. A pesar de nuestros pecados, los cristianos estamos llamados a ser luz para los hombres. No con nuestra propia luz, sino con la luz que viene del cielo, alimentada por los sacramentos y la oración, del mismo modo que, en la vigilia pascual, del Cirio de la resurrección de Cristo se van encendiendo todas las velas de los fieles, para que seamos verdaderamente luz de Cristo y podamos dar gracias a Dios, que ha hecho ese milagro en nosotros.

Por desgracia, gran parte de las iglesias en España han dejado de poner velitas para que las enciendan los fieles. Entiendo que para los sacerdotes son un engorro, porque manchan, dan trabajo y son un riesgo de incendio, pero estoy convencido de que merece la pena el pequeño esfuerzo. No puedo evitar pensar que la desaparición de las velitas de las iglesias es, en cierto modo, un reflejo del abandono de la fe tan propio de nuestra época.

Conservemos las velas y ellas, humildemente, nos seguirán hablando de la lux perpetua que nos aguarda si somos fieles. Sin esa luz, qué grande será la oscuridad.