Hispanidad, mestizaje fraterno
Lo tenemos volando en órbitas por el cielo. Lo llamamos “Hispasat” y nos facilita
la comunicación en tiempo real con todo el planeta. Pero todo comenzó mucho antes, hace cinco siglos, en la aventura de descubrir un mundo nuevo con el apoyo
de la Corona de Castilla, la audacia de Cristóbal Colón y la entrega incondicional de aquella marinería apoyada espiritualmente por un puñado de frailes
franciscanos que se avezaron con todos ellos a la mar. No fue nada fácil la travesía, y cuando se estaban agotando ya los cálculos realizados por Colón,
se oyó desde embarcación de La Pinta el famoso grito de Rodrigo de Triana: «¡Tierra a la vista!», eran las dos de la madrugada del 12 de octubre de 1492.
Era una de las islas del pequeño archipiélago de las Bahamas, que en la lengua local se llamaba Guanahani, y que la expedición española bautizaría como
San Salvador.
Fue un verdadero descubrimiento en dos direcciones: ellos hallarían el nuevo mundo del continente americano, y los lugareños descubrirían otro modo de ver y
vivir las cosas al contacto con la cultura castellana y la fe cristiana que pudieron acercar sin los aspavientos que la leyenda negra ha querido achacarnos
en una injusta descalificación de la gesta descubridora. El derecho de indias y la propuesta cristiana prevalecieron en tan grande medida, que la epopeya se
resolvió en un verdadero mestizaje, algo patente en todo el hemisferio sur desde México hasta Chile con un abrazo que nos ha hecho hermanos, y el título que
aquellos pueblos tributan hacia España como la “Madre Patria”.
Hay una célebre frase atribuida a Federico García Lorca que dice que “el español que no ha estado en América no sabe qué es España”. Y América sin España no
se entendería en toda su vastedad y belleza heredada. Fue la lengua, la cultura, las leyes y la fe. Todo eso que se fue encauzando con la creación de ciudades
y poblaciones que vieron crecer una arquitectura urbana colonial única, universidades donde el pensamiento, las artes, el derecho, la literatura y la teología
abrieron horizontes insospechados; la liberación de algunos estilos ancestrales que producían sometimiento y muerte con prácticas religiosas basadas en el miedo
y la superstición. Sin duda que también se dieron excesos por parte de descubridores con ansias usurpadoras de riqueza, ademanes de desprecio humillante,
pretensiones de poder sin mesura. Pero el resultado global, y el que queda en los anales de la historia, es la positiva epopeya descubridora de España en
aquellos lares.
Otros lugares del continente americano no tienen ese mestizaje, quedando tan sólo alguna reserva india para mostrar a los curiosos o como extras para películas,
pero allí no hubo mescolanza de lo que supone abrirse al diálogo, al mutuo enriquecimiento cultural, a la permeabilidad de tantas cosas buenas y bellas que
de aquellos aborígenes americanos se podía aprender y a los que poder enseñar.
Por eso resulta anacrónico, obsoleto e hiriente que haya mandatarios de las naciones que se enganchan al discurso populista antiespañol con el que pretenden borrar
cinco siglos de convivencia enriquecedora y pacífica, incluso en los momentos de la independencia de la Corona de España. Pero en la actualidad son los comodines
de época, cuando se quieren tapar las vergüenzas, disimular las carencias y exhibir el rencor resentido por el bien que se les ha hecho en un mestizaje
fraterno. Dan grima y producen encono estos advenedizos mandamases que conculcan los derechos de sus súbditos, niegan la libertad con leyes liberticidas,
aplican la mordaza que censura y llega al asesinato de los disidentes de sus ideologías y poderíos, desde una manifiesta ignorancia inculta demasiado sobrada
de soberbia y demasiado hinchada de gobernanzas fallidas.
Por eso, el día de la Hispanidad es una fecha para una remembranza agradecida, y con la Virgen del Pilar brindar por el significado del abrazo con tantos pueblos
hermanos y queridos, por encima del coyuntural abuso de algunas dictaduras de banana.