Encuentro con el Santo Padre. Una breve crónica
Ha sido un encuentro insólito. Íbamos con curiosidad, quizás calentada por algunas suposiciones con que varios medios de comunicación alertaban a los obispos españoles ante la novedosa convocatoria: el papa Francisco nos reunía en el Vaticano. ¿Habría algún motivo preocupante o nos iba a amonestar por algo que no estamos haciendo bien? Así surgieron diversas elucubraciones en los mentideros.
A las ocho de la mañana entrábamos en el Aula de los Sínodos los 80 obispos de nuestra Conferencia Episcopal. Se comenzó con una lección bíblica que nos impartió el cardenal franciscano Raniero Cantalamessa, con gran belleza y profundidad, comentó la escena que relata el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando María y los discípulos estaban en el Cenáculo orando y esperando, y llegó el Espíritu prometido por Jesús. El miedo humano se tornó audacia apostólica, la oscuridad espesa se disipó ante la luz que no declina, y la mudez de quien no dice nada se transformó en palabra que todos entendían en sus lenguas maternas. Todo un escenario para aprender a situarse en nuestros lares, en este tiempo que nos afecta, en las circunstancias que nos desafían y retan. No era el Babel de la confusión que divide, sino el Pentecostés de la comunión fraterna.
Y cuando estaba Fr. Raniero ultimando su exposición bíblica, llegó el Papa caminando por su propio pie, ayudándose de un bastón. Todos nos pusimos en pie y le recibimos con un caluroso aplauso de bienvenida, mientras él nos miraba a todos y cada uno barriendo con sus ojos todo el hemiciclo en el que estábamos. Y así comenzó propiamente nuestro encuentro con el Santo Padre. No hubo una charla previa por parte del Papa, sino que nos dio la palabra para preguntar lo que quisiéramos, y le expusiésemos nuestros temores y dificultades, pudiendo compartir lo que venimos haciendo.
“Que no quede nada el buche”, nos dijo con gracejo. El tema era monográfico: la situación de nuestros seminarios actualmente. Hace meses que se realizó una visita apostólica a todos los seminarios españoles donde se forman los futuros sacerdotes. El Santo Padre quería escucharnos, y acogiendo nuestras preguntas, preocupaciones y vivencias, compartir con nosotros cómo él ve las cosas. Lo cierto es que resultó un encuentro verdaderamente grato y cordial. Ya sabemos cómo el papa Francisco responde con desparpajo y espontaneidad, sacando su idioma español argentino-porteño sin que se le quede nada en el tintero, aunque luego tenga que matizar. Impresionaba verle tomar nota ante nuestras intervenciones, y cómo iba luego respondiendo cuidadosamente a todas y cada una de las cuestiones, sin que quedase ninguna sin abordar, por compleja o incómoda que pudiera resultarle. Este fue el clima de verdadera fraternidad, en donde como un padre nos acogió a quienes somos sus hermanos en el ministerio episcopal.
Cuidar las vocaciones para que no haya nadie que llame a la puerta de un seminario sin tener verdadera vocación de Dios. Y acompañar los grandes espacios personales que cada hombre tiene en sí: la cabeza, el corazón y las manos, es decir, lo que piensa con inteligencia, lo que siente y ama, y lo que hace y construye. Y para que la cabeza, el corazón y las manos no vivan sin una armonía que las complementa recíprocamente, es necesario tener los tres en el Señor por medio de la oración que nos nutre. Y cuidar tanto a los sacerdotes de los primeros años más vulnerables, como a los ancianos que han llegado a las brasas sabias tras haber ardido para Dios y los hermanos.
Encuentro con el
Santo Padre. Una breve crónica
“¿Todo bien por Oviedo? No trajiste el hábito franciscano esta vez”, me dijo mientras
me estrechaba la mano con verdadero afecto. Sus consejos nos ayudarán en Asturias para
acompañar a los casi treinta seminaristas que tenemos. Un regalo de Dios.