Valdediós, nueva comunidad con Presencia
Hay muchos espacios en la vida, y cada uno de ellos acoge alguno de nuestros secretos mejor guardados, o las carencias sufridas en las penurias diversas, o las riquezas gozosas que compartimos si somos en verdad agradecidos y sabios. Esto que sucede en el corazón de las personas, también acontece en los ámbitos sociales y de la Iglesia. Tenemos espacios dentro y fuera de nosotros con su precioso y preciso significado.
La historia cristiana ha dibujado este mapa de presencias, cuando los discípulos de Cristo se han situado como oyentes de la Palabra de Dios que luego han contado a sus hermanos. Ante necesidades sociales, culturales y religiosas diversas, Dios ha susurrado una palabra para salir al paso de esas urgencias. Así han aparecido hombres y mujeres como una bendición de gracia, una caricia de verdadero amor, un bálsamo para heridas concretas, una respuesta audaz ante preguntas que nos cuestionan: son los misioneros en todos los confines, los educadores de niños y jóvenes, los que atendieron a ancianos o enfermos, los que acompañaron a la gente haciendo con ellos barrio y pueblo desde la comunidad cristiana. Pero hay una necesidad que acaso no sea tan vistosa, y que aparentemente no existe porque se escapa a nuestra mirada: cuando tenemos falta de luz en nuestro corazón, cuando andamos escasos de paz en el alma, cuando hemos perdido el horizonte y se nos escapa el significado de tantas cosas. Esto reclama una presencia discreta en medio de nuestro mundo y nuestra Iglesia, lugares donde abrevar esa sed de Dios, abrazando el sentido hondo y la serena paz, donde nuestras preguntas son acogidas y respondidas, donde nuestras heridas son curadas y vendadas.
En nuestra Diócesis de Oviedo tenemos un lugar que durante siglos ha sido eso: Valdediós. Lo siguen siendo también los diversos monasterios de hermanas contemplativas (y podemos citar a las benedictinas, dominicas, clarisas, salesas, agustinas, carmelitas descalzas, pasionistas) que nos ofrecen desde su clausura ese espacio de acogida y oración, a través de las cuales nos sabemos de veras acompañados. Valdediós es un monasterio muy querido que ha tenido diferentes avatares desde que fue desamortizado. En los últimos tiempos se han ido sucediendo algunas comunidades que, con distinto resultado, han intentado reflotar su deriva. Tras estos años de vacío, llama a sus puertas una nueva comunidad que recibimos con toda ilusión y enorme esperanza. Se llama la Comunidad de la Presencia del Señor. Es una joven experiencia contemplativa sin ser monástica. Ellos cuidan la espiritualidad a través de la liturgia bien celebrada, dan testimonio de su consagración al Señor con la alegría de esta pertenencia, acogen a los hermanos y hermanas que se allegan a ese lugar buscando a Dios, llevando sus preguntas y poniendo al sol de la gracia misericordiosa las heridas de la vida.
Estamos agradecidos por la próxima presencia de estos hermanos que inicialmente serán un sacerdote y dos consagradas. Poco a poco, y sin quemar etapas, se irán situando ellos mismos y haciendo sitio a sus posibilidades. Es un gozo grande que ese bello cuerpo que representa el conjunto monumental de Valdediós, vuelva a tener el alma que lo dignifica y lo llena del significado propio y primigenio para el que fue construido hace siglos. Sólo nos queda augurar una buena andadura a los hermanos que llegan, con la libertad que gozarán para llevar adelante su carisma sin interferencias de ningún tipo, como un hermoso complemento a la muestra artística del monumento que seguirá siendo bien gestionado por los excelentes profesionales que lo enseñan, e integrados en la pastoral diocesana desde esta presencia de oración y acogida tan necesaria. Que Dios bendiga su llegada y que dé mucho fruto como Comunidad de la Presencia del Señor.