Las urnas de Dios
No ha vuelto a fallarme tampoco esta tarde. El petirrojo frente a mi ventana es fiel a su trino dulce y creativo, llenando de armonía la tramontana ventosa con su música especial mientras el sol ya va de caída. Tiene magia cada ocaso. Y es un alivio lleno de gusto cuando en los aledaños hemos tenido diversas fanfarrias electorales que nos han querido aleccionar, convencer, captar nuestra atención ante la cita de unas urnas.
Más allá de mi pajarillo cantor, fuera hay trajín al final de una campaña electoral que nos ha saturado con lisonjas cazavotos, con promesas inauditas de tómbola con trampa, con demasiada mentira en balances de lo hecho y en quimeras que quizás nunca vendrán. Y, sin embargo, hay políticos honestos que no mercadean papeletas, ni mandan a cachorros para escrachar a los contrarios, ni asustan con el lobo feroz de las extremas radicalidades debidamente etiquetadas. Hay políticos que buscan el bien común, y mejorar la vida de las personas y la entera sociedad, apoyando la vida en todos sus tramos, protegiendo la familia de todos los desafueros que la violentan, acompañando a los jóvenes sin manipular su vulnerabilidad, favoreciendo el trabajo digno y honrado sin luchas y barricadas de diseño. Porque no es tan difícil reconocer el perfil de la verdadera política, encontrando los rostros y los programas que más puedan acercarse a la forma de ver las cosas desde una clave moral cristiana. No porque haya unas siglas que nos representen a los creyentes, pero sí caminos que menos se alejan de la paz, la justicia, la convivencia, la bienaventuranza que se derivan del Evangelio y de la tradición social de la Iglesia.
Y coincide esta vez, que junto a esta convocatoria electoral hay también otra cita que en tiempo real nos presentará a unos candidatos verdaderamente alternativos. La lista la ha formado el mismo Dios, y por eso es incontestable. Ha habido un dedo señalador, pero en este caso está lleno de respeto y su favoritismo hace las cuentas con la libertad y el destino de los señalados. Sí, en el mismo domingo de las elecciones hay otras urnas distintas, con tan sólo seis papeletas que corresponden a los seis candidatos que saldrán elegidos al unísono por Dios.
Tiene como programa un extraño elenco de valores y virtudes que beben del Evangelio. El cabeza de lista es el Maestro que va delante, que acompaña paso a paso, que se retrasa por si hubiera que empujar, que se hace solícito samaritano cuando las fuerzas flaquean o atenazan las sombras del cansancio, la duda o la debilidad. Es el regalo anual que recibimos en la Iglesia de Asturias, cuando en el día de Pentecostés procedemos a ordenar a nuestros nuevos sacerdotes, según una inveterada costumbre diocesana.
Seis hombres que darán un paso al frente para pronunciar su sí ante la llamada recibida del Señor, que la Iglesia se ha tomado un tiempo para escrutarla con ellos, discernirla despacio, ofreciendo la formación adecuada durante los años del seminario. Pero no son expertos bioquímicos que luego harán experimentos, ni hábiles mecánicos que arreglarán desarreglos, ni guías de algún tour operador para viajes sofisticados. La preparación que han recibido tiene que ver con el pensamiento que han sabido forjar ante las preguntas esenciales de la humanidad, y también con las respuestas que les ofrece la revelación bíblica y la experiencia cristiana. Serán expertos en humanidad ante las heridas de los hermanos y ante sus alegrías manifiestas. Tendrán el oído junto al corazón de Dios mientras sus manos sabrán tomar el pulso de la gente que se les confiará a su ministerio. Niños, jóvenes, adultos y ancianos, con cuántos escenarios humanos en donde la vida pasa con el llanto de sus lágrimas y las sonrisas de sus amores. Ahí estarán estos seis nuevos sacerdotes como prolongación humilde y enamorada de Jesús Buen Pastor que nos mira y nos abraza. ¡Qué maravilla esta urna en la que Dios elige a seis hermanos que sean para Él y para nosotros, los nuevos seis curas!